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lunes, 31 de julio de 2017


¿Así somos los de izquierda?

"Luego de esta columna tendré menos amigos y quizás menos lectores".

Prof. Abel Medina Sierra
Escritor/Docente de la Universidad de La Guajira

Pocas veces, salvo algunas diatribas contra Álvaro Uribe y sus epígonos como Ordóñez,   opino en público sobre mis inclinaciones políticas.  Esta vez, como recurso más que retórico lo voy a hacer.
Desde muy joven he sido simpatizante y muchas veces militante de la izquierda política. Hice el curso como la mayoría de quienes lo han sido: encomiando la lucha cubana y sus epígonos, festejando la trova latinoamericana y vallenato de protesta por  su canto libertario. Hasta me hice ateo un tiempo creyéndole a Marx;   leyendo desde  el semanario Voz,   Granma hasta Sputnik para conectarme con  esa corriente más allá de los muros de la guerra fría.  Festejé la osadía del M-19, lloré la extinción sistemática de la Unión Patriótica. He votado religiosamente por candidatos como Gustavo Petro, Robledo, Piedad Córdoba y candidatos regionales del Polo Democrático  como aspiración que desde la izquierda pueda redimir el sueño aplazado de un país más equitativo en el que la educación, la cultura y los derechos humanos sean lo más importante. Lo que nunca hice fue acolitar la demencial y suicida brutalidad de las Farc, cuya torpeza política ha estigmatizado la izquierda del país.
Con el cuarto de hora de la izquierda, a través de las urnas y no por las armas, que se dio  en Latinoamérica en las últimas décadas, creí que tanta espera, lucha y padecimiento al fin tendrían el privilegio de la cosecha. Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Lula en Brasil y Daniel Ortega en Nicaragua era la utopía de la izquierda americana hecha realidad. Solo fue eso, utopía. Salvo pocas excepciones como es el caso de Pepe Mujica en Uruguay y una que otra cifra alentadora en Bolivia y Ecuador, el momento de la izquierda en América fue un estruendoso fracaso, mucho tilín tilín y solo ha sido  una tragicomedia con bufones como Nicolás Maduro,   tan absolutistas y antidemocráticos  como los dictadores a los que tanto nos enseñó la izquierda a odiar.
Reconozco haber sido simpatizantes de Hugo Chávez hasta aquella escena en la que, como gran tirano o rey absolutista, se pavoneaba por el centro de Caracas dictaminando “Exprópiese”. El  modelo de “revolución socialista” de Chávez  y todos los triunfos de la izquierda en el continente han revelado lo bueno pero también lo malo de quienes nunca habíamos  tenido el poder. Es que el poder siempre saca lo peor de nosotros  y no solo lo dice Santos.
Hoy los simpatizantes de la izquierda defendemos lo que antes atacábamos o justificamos fuera de Colombia lo que aquí no toleramos. Defendemos lo indefendible y maquillamos lo impresentable. Así somos muchos de la izquierda, nos ufanamos de ser críticos y librepensadores pero estamos de acuerdo que en  Venezuela todo quien se oponga al gobierno sea declarado enemigo y sea perseguido y encarcelado. Siempre nos quejamos que en Colombia el Estado y la industria castiguen publicitariamente medios comunistas como el periódico Voz,  pero nos parece bien que en Venezuela se cierren medios, se impida que entre la señal de algunos canales y en Cuba nadie tenga el derecho de crear un blog para expresarse libremente.
Así somos,  conozco colegas docentes que se jalan tremendos discursos en día del  alumno para recordarnos la bestialidad de “la bota militar” del gobierno de Rojas Pinilla  contra los estudiantes pero justificamos que cientos de estudiantes venezolanos hayan sido asesinados, heridos y encarcelados por la brutal fuerza desmedida de la guardia nacional de Venezuela. He escuchado colegas que llegan hasta a invisibilizar a estos estudiantes diciendo que solo son mercenarios pagados por la derecha. La bota militar es igual de represiva, violenta y brutal, así sea de izquierda. Los grupos paramilitares como los colectivos chavistas son tan criminales y peligrosos como los de derecha.
La política imperialista y la guerra fría nos hizo odiar  tanto a los yankees que todo quien le haga resistencia lo encumbramos en sitiales de heroísmo. Así sea un demente megalómano como el dictador de Corea del Norte, los asesinos del Estado Islámico o el payaso  embrutecido  de Nicolás Maduro. Por eso aquí en Colombia armamos un escándalo cuando el Esmad repelió las marchas de maestros pero somos cómplices justificando que en Venezuela se reprima a plomo la protesta;  aquí reclamamos el derecho a la protesta pero nos alegra ver como en Venezuela se ensañan con quien alce un megáfono o haga una “guarimba”.
Repiten como loros la paranoia de Maduro y sus secuaces culpando a otros de los males de Venezuela: “es culpa del imperio norteamericano”, “de la ultra derecha colombiana”, “de la guerra económica”, de la oposición. La lógica absurda que el fracaso del modelo socialista no es de los gobernantes sino de los gobernados   es una farsa que se repite y repite para no reconocer el fracaso, no de la izquierda sino de los líderes de ésta que llegaron a poder porque no es culpa de la ideología sino de hombres incapaces como Nicolás Maduro.
A quienes cuestionan el fracasado gobierno de Maduro le señalan de ser “seguidista” y “acrítico”, de dejarse llevar por la prensa amarillista como si uno que vive en la frontera necesitara enterarse de lo que ocurre por CNN. Todos tenemos familia allá y todos los días podemos  hablar con miles de ellos que se vienen por física necesidad.
Hay gente de izquierda para lo cual en Venezuela no pasa nada y todo es invento de la prensa “neoliberal”. Que allá todo está bien porque la gente hace colas para que el Estado le regale comida, que la educación es gratis pero aunque de pésima calidad, porque el gobierno le quita casa a unos y se las da a otros;  porque el presidente cada vez que le da la gana sube el salario mínimo aunque esto genere desempleo y de nada sirve por la inflación de tres cifras; que el Estado es asistencialista aunque eso volvió al país perezoso y  mendicante; que le impone bajos precios a la industria aunque eso quebró el aparato productivo del país; donde hay muchos beneficios pero solo  quienes tienen el “carnet de la patria” son sujetos de derecho con el alto precio de hipotecar su conciencia y libertad de opinión y voto.  A eso llaman “revolución”. Aquí en Colombia no estamos en el paraíso, pero algo debe estar pasando cuando millones de persona se han venido de este lado.
De un momento a otro pasamos de citar a Martí a repetir las frases de cajón de Diosdado Cabello; a Hugo Chávez no lo bajamos de genio y a Maduro de gran líder. Al menos la revolución cubana nos dejó un legado cultural pero en Venezuela ni siquiera eso. Cómo creerle a los chavistas su discurso anti-imperialista si los recursos que saquearon de las reservas nacionales los invirtieron comprando lujosos bienes en esa Norteamérica que tanto dicen odiar.   Hoy no sé qué es peor, si Pérez Jiménez o Maduro, si Montesinos o Diosdado Cabello, si Somoza o Vladimir Padrino pero habrá quienes  defiendan a los segundos solo porque son de izquierda.

Tampoco podemos seguir secuestrando la palabra “pueblo” para justificar la violencia y legitimar a un Estado delincuente como el venezolano. Que los chavistas digan que todo lo que hacen es mandato del pueblo, que representan al pueblo y es para  beneficio del pueblo no hace que los demás no sean “pueblo” también. En Colombia es tan pueblo el que vota por el Polo Democrático como el que lo hace por Santos o Uribe. En Venezuela es tan pueblo el barrio donde están los enclaves chavistas sostenidos a base de subsidios que los que salen a protestar contra el régimen. 
La autocrítica parece no abundar mucho en estos tiempos de la izquierda. Cuando Gustavo Petro denunció que el gobierno de Samuel Moreno se estaba robando a Bogotá el Polo Democrático lo declaró traidor y lo hizo renunciar al partido en lugar de pedir cuentas a los ladrones. Ahora toda atrocidad que venga de izquierda es buena y la de la derecha es mala.  Eso no tiene otro nombre: doble moral.

Para terminar dejo una constancia. Este escrito no es una apostasía, sigo siendo simpatizante de la izquierda y aún creo en nombres como Robledo, Petro, Navarro Wolf y aún en Piedad Córdoba a pesar de su exacerbado chavismo. A pesar de esta aclaración, luego de esta columna tendré menos amigos y quizás menos lectores. Ya estoy preparándome para escuchar todo el catálogo de epítetos del discurso sindical e izquierdista que suele repetir Maduro y sus defensores: “sionista”, “traidor”, “burgués”, “ultraderechista”, “burócrata”, “rancio capitalista”.  Criticidad no es otra cosa que separar lo bueno de lo malo y tomar posición aunque esta sea contraria al partido o corriente política a la que pertenezcamos. Quisiera tener la certeza que así no somos los de izquierda. No voy a defender nunca lo indefendible, la represión y la violencia no tienen apellido, no es legítima o ilegítima según venga de la izquierda o la derecha, es expresión de maldad.   

Recuperado de: http://www.guajirapress.com/?op=Noticia&id=2085 

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