Visitante

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Poco ha cambiado la historia del pueblo wayuu desde que empezó el proyecto colonizador

Cada 9 de agosto y desde 1994 se celebra el día internacional de los pueblos indígenas, según las Naciones Unidas, “representan el 5 por ciento de la población mundial, y se encuentran entre las poblaciones más desfavorecidas y vulnerables, representando el 15 % de los más pobres”.

No tuvo mucha relevancia el día internacional de los pueblos indígenas el pasado 9 de agosto cuando se conmemoró la efemérides. Uno que otro candidato, aprovechando la ocasión para hacer proselitismo político, e intermitentes saludos de simpatizantes de los grupos originarios colgado en la redes sociales, pero por encima del acostumbrado desinterés que muestra gran parte de la sociedad actual, no deja de tener notabilidad las vicisitudes que día a día enfrentan los pueblos y comunidades indígenas. Celebración va, celebración cada año, se aprueban leyes y decretos en muchos países, cual letanía se habla de la reivindicaciones, de ayudas para “nuestros indígenas”, de saldar deudas históricas, y ciertamente se ha avanzado en la creación de mecanismos de protección y se firman protocolos de entendimiento en el mundo, no obstante, porqué las condiciones de los originarios no ha cambiado mucho? Cómo es que aún muchas comunidades son objeto de amenazas, de exterminio, sus líderes son asesinados, son diezmados por enfermedades, desplazados de sus territorios en razón de proyectos mineroenergéticos o la presencia de grupos irregulares? poco se ha avanzado desde el momento mismo en que inició el proyecto colonizador. 
La Guajira, territorio ancestral del pueblo wayuu, en toda su extensión compartida entre Venezuela y Colombia, no es ajena a esa realidad, enfrenta una serie de desafíos (por llamarlos de una manera elegante), que históricamente ha padecido la “Nación Wayuu”, como suelen llamarla con aires de romanticismo.
Y aunque no es la intención hacer apología de la desgracia con este escrito, está orientado a hacer una breve radiografía de ciertos eventos que afectan al pueblo wayuu y proyectarlas, cual diapositivas, ante la conciencia del Estado y la sociedad, hechos que van sumándose a la vieja lista de situaciones que históricamente han abrumado a los wayuu.

La cara oculta de la migración
En cuanto a la situación de migrantes venezolanos que han cruzado hacia el territorio venezolano, cabe destacar que la Guajira es uno de los corredores más utilizados por migrantes para salir de Venezuela, para ello deben hacer un recorrido de más de 100 kilómetros en camionetas o las llamadas “chirrincheras”, vehículos por puesto y camiones 350, partiendo desde Maracaibo hasta la ciudad fronteriza de Maicao, superar la barrera de una veintena de puestos de control de la Guardia Nacional y ejército, pagar extorsiones por circular a través de la carretera Troncal del Caribe a la organización criminal que opera en la frontera, y cuando la salida a Colombia se hace de manera ilegal, el uso de la conocida trocha “El 80” también implica pagar a los cobradores de vacunas apostados en esa arteria vial.
Las comunidades wayuu, dada la situación económica y social que afecta al país, han migrado al lado colombiano, y aunque tradicionalmente el indígena wayuu ha circulado entre Venezuela y Colombia, ocurren situaciones donde algunos nativos que han vivido en la ciudad de Maracaibo por ejemplo, o en el mismo municipio Guajira, dada la crisis económica, se han desplazado a territorio colombiano, principalmente al Departamento de La Guajira sin documentación legal, lo que implica estar en una situación de vulnerabilidad, al no poder accesar al sistema de salud colombiano, como tampoco permite que los niños sin documentación puedan ingresar a las escuelas.
Históricamente, las comunidades wayuu en el Departamento de La Guajira han estado abandonadas por el Estado, no tienen acceso a agua potable, energía eléctrica, y otros servicios básicos, no poseen fuentes de empleo, y sus únicos medios de sustentos son el pastoreo, el cultivo y la elaboración de artesanía, los cuales se han visto seriamente afectados por el cambio climático, lo cual ha diezmado sus corrales y formas de economía tradicional, a lo que se ha sumado la llegada de familias wayuu procedentes del lado venezolano, o wayuu retornados. Ante este hecho, se han observado conflictos familiares e interclaniles al interior de las comunidades dada la ocupación repentina de los territorios, rechazo o xenofobia por parte de la misma comunidad receptora, además del empeoramiento de las condiciones de vida de las comunidades wayuu al escasear los recursos como el agua o los puestos de economía informal que previamente se han podido configurar dentro de cada territorio. 
Aunque el Gobierno de Colombia y agencias de cooperación internacional como Acnur y Consejo Noruego para Los Refugiados han implementado medidas de atención para la población migrante venezolana en el Departamento de La Guajira, las acciones en gran parte carecen de enfoque étnico, el trabajo se ha desarrollado más en cascos urbanos, y muy poco los diagnósticos en zonas rurales, lo cual invisibiliza cuántos son y qué está pasando con la población indígena wayuu que ha retornado desde Venezuela, y que actualmente se encuentra en las zonas rurales de los municipios Maicao, Uribia, Manaure y Riohacha, eso significa que se desconocen las cifras reales 80de la población indígena que se ha asentado en la Guajira colombiana.
El oscuro negocio de "Jouttai"
Desde hace varios años, en el territorio wayuu se vienen haciendo estudios de cómo aprovechar la energía del viento, un elemento natural tan importante y sagrado para el pueblo wayuu, que dentro de su cosmovisión representa a Jouttai, y que según el investigador Ramón Paz Ipuana, en su libro “Cosmovisión Wayuu y Relatos sagrados” representa al genio infecundo que preside los veranos, la sequía y la desolación. La posición geográfica septentrional de la península de la Guajira la convierten en una fuente inagotable de vientos, tantos que en el pensamiento wayuu se conocen más de 15 tipos, “cada uno con su personificación, origen, importancia, períodos y propia historia” (Ipuana, 2016).
Un estudio publicado por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ) titulado “El viento del este llega con revoluciones”, describe en sus primeras líneas que “de manera silenciosa se está transformando a la Guajira en la primera potencia de energía eólica de Colombia con proyectos que en las próximas décadas pueden llegar a producir el 20% de toda la energía eléctrica que demanda el país”. Según este minucioso análisis sobre los proyectos de energía eólica en el Departamento de La Guajira, “se prevé que para el 2022 empiecen a operar los primeros parques, para el 2031, en el territorio wayuu de la alta y media Guajira, podrían entrar a funcionar 65 parques, con más de 2000 aerogeneradores produciendo 6 GW (gigavatio) para el sistema de interconexión nacional”.
La iniciativa de estos proyectos corresponden a 19 empresas que ya tienen torres de medición de vientos, estudios de impacto ambiental, se están tramitando exenciones tributarias, licencias, consultas, y hasta bonos de carbono de los llamados Mecanismos de Desarrollo limpio que se han promovido en el mundo después del protocolo de Kioto, según describe la mencionada publicación.
El texto plantea además que “todo está ocurriendo en forma tan vertiginosa y de bajo perfil que no lo sabe el país en su verdadera dimensión y, lo más sorprendente, tampoco tienen conocimiento informado las comunidades indígenas dueñas del Resguardo de la Alta Guajira y ni siquiera las comunidades del área inmediata de los parques, a juzgar por las visitas y entrevistas realizadas por Indepaz”.
Ahora bien, la idea no es causar alarma ni ser prejuiciosos con un proyecto cuyo modelo está basado en energía limpia y más económicas, pero ya la pésima experiencia en cuanto al uso del territorio de anteriores proyectos energéticos, debe mantener en alerta y meterle lupa a todo aquello que se pretenda ejecutar en La Guajira, una anotación importante de Camilo González Posso y Joanna Barney, autores del texto citado, es lo siguiente:
“Estamos ante una transformación energética extraordinaria y de gran significación para Colombia y el mundo. Son los primeros pasos, pero son pasos de gigante, si valoramos la magnitud de las inversiones, la potencia de las multinacionales presentes y las características del territorio. Y por estas mismas razones es urgente que las cosas se hagan bien, con seguridad jurídica y con garantía de derechos para el pueblo Wayúu que es el dueño del territorio”.
Sin embargo, los primeros pasos de estos gigantes que pronto se asentarán en la península de La Guajira ya empiezan a generar alegría en unos y tristeza en otros. Alegría para algunos porque significaría compensaciones por el uso de la tierra, mientras que para otros se traducen en tristeza porque ya se habla con fuerza de conflictos interfamiliares y claniles, incluso el desplazamiento forzado como ocurrió en el caso de Pastora Pushaina, una madre wayuu quien fue obligada por otro grupo familiar wayuu a salir de la tierra que la vió nacer y donde también nacieron sus siete hijos, todo porque una torre eléctrica será instalada en lo que hasta hace un año era el patio de su casa
 “Mi nombre es Pastora Pushaina, soy wayuu y mi padre que era dueño de Yutou, el territorio ancestral donde vivíamos, pertenecía al clan epinayuu, hace un año atrás tuve que salir huyendo de mi casa, el lugar donde nací y también nacieron mis hijos  porque hace un tiempo llegó una empresa que trabaja con la luz (la empresa a la que se refiere la entrevistada lleva por nombre GEOCOL). La primera vez que llegaron no sabía de qué se trataba, pero después me explicaron que iban a poner unos cables (torres) que pasarían por nuestro territorio. Desde entonces otro grupo familiar que eran mis vecinos, llegaron a decirme que debía salir de allí porque esas tierras eran de ellos”.
A partir de ese momento comenzaron las fricciones allá en Yutou, y luego de varias discusiones con aquélla familia que se empecinaba en expulsarlos, un día las cosas se salieron de control y a Pastora le fue propinada una golpiza, a ella y a sus hijas, el escándalo fue tal que hasta tuvo que intervenir la policía. A partir de esa ocasión, la anciana, evitando un posible derramamiento de sangre, desarmó la vieja casa de barro, selló el pozo de agua que años atrás excavó,  tomó sus enseres, el único patrimonio de valor que tenía, unos 70 chivos, y emprendió una larga marcha hacia la Alta Guajira, a las tierras de unos parientes que se ofrecieron a cobijarla por un tiempo, de eso hace ya un año. Sin embargo, su calvario no terminó el día en que empezó su éxodo desde Yutou.
“Ya me han robado todos los chivos, de setenta, ya no me queda ni uno, sufrimos por agua, aquí la plaga de zancudos nos azota por las noches, y hace unos días atrás, unas familias de estas tierras me dijeron que ya debía desocupar este territorio porque, según ellos, les pertenece. Por eso quiero que la empresa Geocol que provocó fuera expulsada de mis tierras, de la cara y me digan porqué me han ocasionado este gran daño”, reprochó entre lágrimas.
El letargo de Pastora lejos del territorio que la vio nacer es muestra fehaciente que los proyectos de energía eólica en la Guajira no están arrancando con buen pie, las consultas previas e informadas no se está haciendo de manera  exhaustiva y minuciosa considerando las complejidades culturales y territoriales de las comunidades wayuu, evitando en su totalidad algún tipo de impacto negativo como el narrado en líneas anteriores, y que las páginas negras en cuanto a explotación energética en la península de La Guajira no empiecen un capítulo más con las mismas historias de agravios y daños irreversibles que la ambición le ha ocasionado al pueblo indígena wayuu.

Redactado por Leonel López
Red Ecos de La Guajira

Antena de medición del viento en una zona muy cercana al Cabo de la Vela

Poco ha cambiado la historia del pueblo wayuu desde que empezó el proyecto colonizador Cada 9 de agosto y desde 1994 se celebra el día i...