LA MUJER WAYUU: CULTURA, TERRITORIO Y PAZ
Por Elizabeth Zamora Cardozo
En el conflicto colombiano nuevos actores comparten el escenario con
quienes tradicionalmente han protagonizado la guerra. Narcotráfico,
guerrilla, paramilitarismo, violencia estatal, delincuencia común,
intereses trasnacionales y todas las combinaciones posibles entre estos,
han identificado la escena político-social de Colombia actual. Y en
este contexto, los indígenas -víctimas de masacres y desplazados de sus
territorios- han sido unos de los grupos de mayor vulnerabilidad.
Según la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, treinta y
cuatro de los ciento veinte grupos indígenas por ellos registrados,
están en peligro de extinción (1). Los wayuu habitan en la Península
Guajira compartida por Venezuela y Colombia, en un territorio donde se
encuentra la mina de carbón “Cerrejón”, una de las más grandes del
mundo. Es rico en gas y además está ubicado frente al mar Caribe, zona
estratégica para cualquier tipo de comercialización, especialmente la
relacionada con el narcotráfico. Son el grupo indígena más numeroso de
ambos países. Para 2011 se calcula que habitan en Venezuela y Colombia
aproximadamente 400.000 indígenas pertenecientes a esta etnia.
Ha sido un pueblo guerrero que se supo mantener al margen de las luchas
internas de Colombia. Aunque han manejado algunas disputas entre clanes
utilizando las armas, su sistema judicial, el suküuopai wayuu, estimula
la resolución de conflictos pacíficamente. Para ello se valen de la
intervención de “los palabreros”, hombres sabios de la comunidad que
tratarán de encontrar soluciones sirviendo de mediadores entre los
adversarios. Los designios de los espíritus y el poder de la palabra,
son centrales en la resolución de contiendas. Sin embargo, esta etnia al
igual que otros grupos indígenas de Colombia, ha tenido que convivir
con un tipo de violencia que hasta ahora, les era desconocida.
La de Bahía Portete se ha convertido en una masacre emblemática en
Colombia. Ocurrió un 18 de abril de 2004 en el Departamento de la
Guajira. Allí fueron asesinadas tres mujeres, una niña y dos hombres
pertenecientes a la etnia. Todos los habitantes del caserío huyeron
hacia Maracaibo en Venezuela, y hacia Rio Hacha en Colombia. Seiscientos
wayuu se convirtieron en “desplazados”.
Un grupo paramilitar
dirigido por Jorge 40, llegó una mañana al caserío sembrando el terror.
Tenían claros sus objetivos: mujeres lideresas de la comunidad.
Se dirigieron a la casa de Margoth Fiance Epinayu de 70 años, fundadora
de la Asociación Indígena de Autoridades Tradicionales. Margoth contaba
historias de la playa y mitos de mujeres que se convierten en aves. Se
oponía rotundamente a la alianza con estos grupos. Era de mañana. Los
hombres habían salido a pastorear y a pescar. En la aldea se encontraban
sólo mujeres, ancianos y niños. Ángela Pushaina vio a los
paramilitares. Le gritó a su hija Reina Fince Pushaina de 13 años que
avisara a su tía Rosa Fiance Uriana (una de las lideresas de la
comunidad) que los alijunas(los blancos) se acercaban. Reina corrió por
aquel desierto como saben hacerlo las niñas wayuu. Alcanzó a dar el
recado y huyó junto a sus tías Rosa y Diana. Pero la fatalidad les hizo
equivocar la dirección. Los encontraron de frente.
A Rosa la
asesinaron con la crueldad a la que ellos acostumbran. Como forma de
escarmiento hacia “ellas”; le cortaron los senos. Se sabe por testigos
que Diana y la niña también fueron asesinadas. Sus cuerpos no han sido
encontrados, lo cual les limita según la tradición wayuu, el ritual del
entierro. Se les niega el camino al Jepirrá(lugar sagrado) y la
ascensión a la Vía Láctea.
El cuerpo femenino fue tomado como
objetivo de guerra; personificando mutilamiento y destrucción. En la
cultura wayuu, la mujer es identificada con la tierra. Representa
linaje, memoria y tradición. No participan directamente de la guerra.
Junto a los niños son intocables. En los momentos de enfrentamientos
entre clanes, son las únicas que pueden desplazarse de un lado a otro y
tocar los cadáveres. Los limpiarán y prepararán para el entierro. Sirven
de puente en el paso hacia el otro mundo.
Escondidos entre los
árboles, algunos wayuu presenciaron los hechos. Los paramilitares
profanaron el cementerio. También sueños y recuerdos. Hicieron del
territorio, de la casa; un infierno. Uno de los rituales sagrados para
los wayuu es el segundo entierro. Después de cinco o siete años, los
difuntos anuncian a través de sueños que ya es el momento del ritual. Es
entonces cuando el alma alcanzará la paz eterna. El descanso de los
difuntos es también el descanso de los vivos, pero “ante tanta matanza,
en esta masacre, los espíritus de los difuntos no están en paz, ni
nosotros tampoco”.(2)
Tres días después de los sucesos, el 21
de abril de 2004, cinco mujeres escogidas por la comunidad se dirigieron
hacia Bahía Portete. A Rosa la reconocieron por su manta. A Margoth se
la llevaron envuelta en unas sábanas blancas. Recorrieron los cardones.
Se internaron entre los matorrales. Aterrorizados y hambrientos
encontraron a sus paisanos. Allí estaban los ancianos que no tuvieron
fuerzas para huir.
En abril de 2005 al cumplirse un año de los
sucesos, más de cuatrocientos wayuu fueron a recordar a sus muertos. Fue
el primer Yanama, un ritual a través del cual se intenta lograr el
regreso a Bahía Portete. Un lugar que no sólo necesita ser reconstruido
en términos de infraestructura, sino simbólicamente. Cada año desde 2005
se reúnen con otros grupos indígenas que participan de la ceremonia
junto a algunos alijunas. Las mujeres tejen. Todos conversan, bailan.
Realizan actividades cotidianas. Lloran, recuerdan, narran, ríen. Se
sumergen en todo aquello que se les torna negación de la violencia.
Sanan un territorio que les ayuda también a sanar sus propias heridas.
Sus vidas. Los Yanamas se han convertido en el sueño por la recuperación
de los símbolos ancestrales. Significan según Deborah Barros, familia
de las víctimas y directora de la Asociación: Mujeres Tejiendo Paz:
“tratar de curar no sólo la parte ritual asociada al llanto de los
muertos, sino la determinación de no dejarse despedazar culturalmente”
(3) Para el 2011, después de siete años de la masacre, los wayuu
continúan desplazados. Unos en Maracaibo-Venezuela, otros en Rio
Hacha-Colombia. Regresar a Bahía Portete, se ha convertido en una
expresión de lucha por el territorio. No sólo para ellos, sino también
para todos aquellos desplazados de Colombia.
Mujeres wayuu: “somos símbolo de paz”
Después de los sucesos de Bahía Portete, las mujeres se organizaron aún
más. Entre las manifestaciones de prestigio femenino está la capacidad
de conocer los secretos del tejido. Realizan figuras que son valoradas
de acuerdo a su grado de complejidad. Esto las hace poseedoras de las
capacidades de wale’kerüu quien enseñó a tejer a todos los wayuu. El
tejido es también una de las principales fuentes de sustento familiar.
Es el cielo. Es la tierra. Pretenden a través de la condición que las
hace tejedoras de los hilos de la vida, construir la paz. A partir del
seguimiento de algunas de las actividades de la organización “Mujeres
Tejiendo Paz”, hemos observado que entre ellas, las nociones de cultura,
territorio y paz, no se muestran como externalidad, sino como “propio
ser”. “Somos símbolo de paz” es uno de sus preceptos. Sus cuerpos que
fueron tomados como objetivos de guerra y de destrucción, ahora, dentro
de su propia vulnerabilidad, se reconvierten en poder. En fuerza. Se
constituyen como territorio resimbolizado y resignificado.
Después de las situaciones de violencia vividas, las mujeres wayuu hacen
tangibles la búsqueda de paz valiéndose del poder que les confiere el
rol que culturalmente han desempeñado como expresión del linaje y de la
tradición oral. De la condición de no participar directamente en las
guerras. Y del carácter sagrado que les es propio ante cualquier
disputa. Se reapropian de aquello que se les pretendió arrebatar,
tornándose representación y esencia universal para reconstituirse y
recuperarse como pueblo. Como territorio.
Notas.
(1)http://www.acnur.org/t3/pueblos-indigenas/pueblos-indigenas-en-colombia.
(2) http://www.acnur.org/pais/docs/617.pdf?view=1
(3) http://www.1325mujerestejiendolapaz.org/
BIBLIOGRAFÍA
ACNUR.“Indígenas colombianos sobrevivientes recuerdan aniversario de
masacre entre la esperanza y el miedo al futuro”. 2005
Grupo de Memoria Histórica. Mujeres wayuu en la mira. Bogotá. CNRR - 2010.
http://www.acnur.org/index.php?id_pag=3500
http://www.acnur.org/pais/docs/617.pdf?view=1
http://www.1325mujerestejiendolapaz.org/
Molano, Alfredo.”La Masacre no fue Guerra”. 2004
http://derechos.org/nizkor/colombia/doc/molano2.html
Organización Nacional de Indígenas Colombianos (ONIC). 2007.
http://www.onic.org.co/nuevo/documentos.shtml
Perrin, Michel. El camino de los indios muertos. Caracas, Monte Ávila eds., 1977.
Zamora C., Elizabeth. "La cosmogonía wayuu y la masacre de Bahía
Portete".Libro Aniversario de la Escuela de Estudios Políticos de la
Universidad Del Zulia. Venezuela. Edit.Astro Data.
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martes, 19 de febrero de 2013
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