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miércoles, 9 de octubre de 2013



El suicidio imperceptible de jóvenes indígenas
Desplazados de sus territorios ancestrales y obligados a vivir en condiciones precarias, cientos de niños y adolescentes indígenas encuentran en el suicidio la única salida a una vida que sólo les ofrece desesperanza.

Por Lucía Márquez
Cada año se suicidan en el mundo un millón de personas, lo que supone cerca de una muerte cada 40 segundos. Esta lacra golpea a individuos de todas las culturas, pero en este 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, queremos dar voz a uno de los colectivos más afectados: las comunidades indígenas.
Se trata de un goteo silencioso, discreto, casi imperceptible, pero cada año son decenas y decenas los indígenas de todo el planeta que se quitan la vida tras ser expulsados de sus tierras y condenados a la marginalidad y la pobreza. En algunas comunidades la situación está alcanzado extremos dramáticos. Es el caso de los guaraní- kaiowá de Brasil, cuya tasa de suicido es al menos 19 veces superior a la tasa nacional, según datos de Survival International.
Un mundo adverso y ajeno
La identidad de estos pueblos se construye generación tras generación sobre la relación con el territorio que habitan. En él, además de un hogar, encuentran alimento, medicinas tradicionales y una cosmovisión propia.
Además, estos espacios se consideran una herencia para las futuras generaciones. “La tierra es lo que son”, explica la organización Survival International, que señala la pérdida y la destrucción de sus territorios como “el origen del sufrimiento mental de los indígenas”.
El antropólogo Efraín Jaramillo, uno de los responsables del estudio llevado a cabo por Unicef y el IWGIA (Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígena) “Suicidio Adolescente en pueblos indígenas. Tres estudios de caso”, es rotundo al respecto: “Los indígenas ya no están solos en ese mundo que antes les pertenecía, que dominaban y que les garantizaba una vida digna. Estas comunidades que están más afectadas por el suicidio eran reyes en sus territorios. No tenían conflictos ni con colonos, ni con madereros, ni con todos los que desean apoderarse de sus recursos naturales. Eso ya no es posible”.
Los intereses económicos que suponen esas tierras o la voluntad política de integrar a los indígenas en la “sociedad civilizada”, provocan que numerosas tribus se vean expulsadas de su hábitat y hacinadas en pequeñas reservas o en campamentos junto a las carreteras. Porque esta “entrada en la civilización” es en realidad la puerta a un mundo de miseria, racismo por parte de sus vecinos y desposesión.

A menudo, en los nuevos emplazamientos, carecen de servicios sanitarios básicos, agua potable o posibilidades de realizar alguna actividad productiva con la que ganarse dignamente la vida.
Comunidades dedicadas anteriormente a la caza, la pesca o la recolección en vastas extensiones de terreno, son confinadas a vivir en unos pocos metros cuadrados en los que ya no pueden llevar a cabo sus labores tradicionales.
Es entonces cuando llega la desesperación. Su salud y su alimentación empeoran a marchas forzadas y, en muchas ocasiones, el alcoholismo, la drogadicción y la agresividad se apoderan de las familias.

Suicidio juvenil
El fantasma del suicidio azota especialmente a los jóvenes, atrapados entre un presente frustrante y un futuro inexistente y a las niñas, quienes a las deplorables condiciones de vida que sufre su comunidad, suman la violencia y los abusos sexuales.
El fantasma del suicidio azota especialmente a los jóvenes, atrapados entre un presente frustrante y un futuro inexistente.
“Las niñas son maltratadas por su entorno y se les obliga a realizar extenuantes jornadas de trabajo. Se las levanta muy temprano para ir a la charca a por alimentos, luego tienen que cocinar, lavar la ropa mientras cuidan a sus hermanitos y elaborar artesanías para generar algún ingreso. Esta situación es deprimente y les quita a las niñas el afán de seguir adelante, pues consideran que vivir así no tiene ningún sentido”, señala Jaramillo.
No se trata de casos excepcionales ni aislados. En Brasil, por ejemplo, más de 625 indígenas guaraní- kaiowá se han suicidado en las últimas tres décadas. El 85% eran menores de 30 años y la más joven sólo tenía 9. Y los datos podrían ser aún más catastróficos, pues hablar sobre el suicidio sigue siendo un tabú entre estos grupos.
El mismo mal afecta a los embera, en Colombia, cuyos índices de suicidios en población joven (especialmente entre los 10 y los 14 años), lideran las tasas del país. Los embera son, tras los wayúu y los nasa, el tercer pueblo indígena en Colombia con mayor número de población, más de 70.000 habitantes.
A menudo se presenta el conflicto armado colombiano como la causa principal de estos suicidios, pero para Jaramillo, que ha trabajado de cerca con las comunidades indígenas, no es así.
Indudablemente la violencia influye, pues, como explica el antropólogo: “Muchos grupos armados y del crimen organizado exigen, por ejemplo, que las familias les entreguen a uno de sus hijos para realizar distintas labores. A menudo ordenan que sea una niña para emplearla en prácticas sexuales. Esto hace que las menores se desesperen y se suiciden”.
Pero los principales casos de suicidio entre los embera, que eligen siempre el ahorcamiento como método para quitarse la vida, se dan porque sufren de un “malestar en su cultura”.
“Estos pueblos hace cuarenta años vivían de la cacería, de la oferta ambiental, eran seminómadas y tenían mucho control social sobre su gente. Ahora hay una desesperanza al ver que los jóvenes de otras comunidades campesinas progresan mientras ellos se quedan anclados. Y esto ha llevado a optar por el suicidio como respuesta a ese tipo de problemas”, apunta.
Nuevamente, el aislamiento afecta más al género femenino pues, ante la falta de oportunidades, los hombres jóvenes piensan en la emigración como una opción, mientras que las muchachas son educadas para permanecer en el entorno familiar.

Más allá de Latinoamérica
El rastro del suicidio no se limita a América Latina pues se han dado casos similares entre los aborígenes de Oceanía (en la capital de las islas Tiwi, 1 de cada 4 indígenas ha intentando suicidarse) o Canadá, donde distintas comunidades presentan tasas de suicidio juvenil entre 10 y 40 veces mayores que la media nacional.
A pesar de los relatos históricos o míticos sobre los suicidios colectivos registrados en las tradiciones orales de algunos de estos pueblos, la tendencia actual no se basa en actos grupales sino en decisiones individuales fruto de la frustración, el dolor y el desaliento.
Aun así, Jaramillo advierte del peligro de que “se valide culturalmente entre los indígenas que la única opción que tienen para escapar a su terrible situación sea el suicidio”. Si no pueden poseer su presente es muy probable que los niños y adolescentes indígenas sigan optando por destruir su futuro.

Publicado en Radio Nederlad

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