El suicidio imperceptible de jóvenes indígenas
Desplazados
de sus territorios ancestrales y obligados a vivir en condiciones precarias,
cientos de niños y adolescentes indígenas encuentran en el suicidio la única
salida a una vida que sólo les ofrece desesperanza.
Por Lucía Márquez
Cada año se
suicidan en el mundo un millón de personas, lo que supone cerca de una muerte
cada 40 segundos. Esta lacra golpea a individuos de todas las culturas, pero en
este 10 de septiembre, Día Mundial de la Prevención del Suicidio, queremos dar
voz a uno de los colectivos más afectados: las comunidades indígenas.
Se trata de un
goteo silencioso, discreto, casi imperceptible, pero cada año son decenas y
decenas los indígenas de todo el planeta que se quitan la vida tras ser
expulsados de sus tierras y condenados a la marginalidad y la pobreza. En
algunas comunidades la situación está alcanzado extremos dramáticos. Es el caso
de los guaraní- kaiowá de Brasil, cuya tasa de suicido es al menos 19 veces
superior a la tasa nacional, según datos de Survival International.
Un mundo adverso
y ajeno
La identidad de
estos pueblos se construye generación tras generación sobre la relación con el
territorio que habitan. En él, además de un hogar, encuentran alimento,
medicinas tradicionales y una cosmovisión propia.
Además, estos
espacios se consideran una herencia para las futuras generaciones. “La tierra
es lo que son”, explica la organización Survival International, que señala la
pérdida y la destrucción de sus territorios como “el origen del sufrimiento
mental de los indígenas”.
El antropólogo
Efraín Jaramillo, uno de los responsables del estudio llevado a cabo por Unicef
y el IWGIA (Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígena) “Suicidio
Adolescente en pueblos indígenas. Tres estudios de caso”, es rotundo al
respecto: “Los indígenas ya no están solos en ese mundo que antes les
pertenecía, que dominaban y que les garantizaba una vida digna. Estas
comunidades que están más afectadas por el suicidio eran reyes en sus
territorios. No tenían conflictos ni con colonos, ni con madereros, ni con
todos los que desean apoderarse de sus recursos naturales. Eso ya no es
posible”.
Los intereses
económicos que suponen esas tierras o la voluntad política de integrar a los
indígenas en la “sociedad civilizada”, provocan que numerosas tribus se vean
expulsadas de su hábitat y hacinadas en pequeñas reservas o en campamentos
junto a las carreteras. Porque esta “entrada en la civilización” es en realidad
la puerta a un mundo de miseria, racismo por parte de sus vecinos y
desposesión.
A menudo, en los
nuevos emplazamientos, carecen de servicios sanitarios básicos, agua potable o
posibilidades de realizar alguna actividad productiva con la que ganarse
dignamente la vida.
Comunidades
dedicadas anteriormente a la caza, la pesca o la recolección en vastas
extensiones de terreno, son confinadas a vivir en unos pocos metros cuadrados
en los que ya no pueden llevar a cabo sus labores tradicionales.
Es entonces
cuando llega la desesperación. Su salud y su alimentación empeoran a marchas
forzadas y, en muchas ocasiones, el alcoholismo, la drogadicción y la
agresividad se apoderan de las familias.
Suicidio juvenil
El fantasma del
suicidio azota especialmente a los jóvenes, atrapados entre un presente
frustrante y un futuro inexistente y a las niñas, quienes a las deplorables
condiciones de vida que sufre su comunidad, suman la violencia y los abusos
sexuales.
El fantasma del
suicidio azota especialmente a los jóvenes, atrapados entre un presente
frustrante y un futuro inexistente.
“Las niñas son
maltratadas por su entorno y se les obliga a realizar extenuantes jornadas de
trabajo. Se las levanta muy temprano para ir a la charca a por alimentos, luego
tienen que cocinar, lavar la ropa mientras cuidan a sus hermanitos y elaborar
artesanías para generar algún ingreso. Esta situación es deprimente y les quita
a las niñas el afán de seguir adelante, pues consideran que vivir así no tiene
ningún sentido”, señala Jaramillo.
No se trata de
casos excepcionales ni aislados. En Brasil, por ejemplo, más de 625 indígenas guaraní-
kaiowá se han suicidado en las últimas tres décadas. El 85% eran menores de 30
años y la más joven sólo tenía 9. Y los datos podrían ser aún más
catastróficos, pues hablar sobre el suicidio sigue siendo un tabú entre estos
grupos.
El mismo mal afecta
a los embera, en Colombia, cuyos índices de suicidios en población joven
(especialmente entre los 10 y los 14 años), lideran las tasas del país. Los
embera son, tras los wayúu y los nasa, el tercer pueblo indígena en Colombia
con mayor número de población, más de 70.000 habitantes.
A menudo se
presenta el conflicto armado colombiano como la causa principal de estos
suicidios, pero para Jaramillo, que ha trabajado de cerca con las comunidades
indígenas, no es así.
Indudablemente
la violencia influye, pues, como explica el antropólogo: “Muchos grupos armados
y del crimen organizado exigen, por ejemplo, que las familias les entreguen a
uno de sus hijos para realizar distintas labores. A menudo ordenan que sea una
niña para emplearla en prácticas sexuales. Esto hace que las menores se
desesperen y se suiciden”.
Pero los
principales casos de suicidio entre los embera, que eligen siempre el
ahorcamiento como método para quitarse la vida, se dan porque sufren de un
“malestar en su cultura”.
“Estos pueblos
hace cuarenta años vivían de la cacería, de la oferta ambiental, eran
seminómadas y tenían mucho control social sobre su gente. Ahora hay una
desesperanza al ver que los jóvenes de otras comunidades campesinas progresan
mientras ellos se quedan anclados. Y esto ha llevado a optar por el suicidio
como respuesta a ese tipo de problemas”, apunta.
Nuevamente, el
aislamiento afecta más al género femenino pues, ante la falta de oportunidades,
los hombres jóvenes piensan en la emigración como una opción, mientras que las
muchachas son educadas para permanecer en el entorno familiar.
Más allá de Latinoamérica
El rastro del
suicidio no se limita a América Latina pues se han dado casos similares entre
los aborígenes de Oceanía (en la capital de las islas Tiwi, 1 de cada 4
indígenas ha intentando suicidarse) o Canadá, donde distintas comunidades
presentan tasas de suicidio juvenil entre 10 y 40 veces mayores que la media
nacional.
A pesar de los
relatos históricos o míticos sobre los suicidios colectivos registrados en las
tradiciones orales de algunos de estos pueblos, la tendencia actual no se basa
en actos grupales sino en decisiones individuales fruto de la frustración, el
dolor y el desaliento.
Aun así,
Jaramillo advierte del peligro de que “se valide culturalmente entre los
indígenas que la única opción que tienen para escapar a su terrible situación
sea el suicidio”. Si no pueden poseer su presente es muy probable que los niños
y adolescentes indígenas sigan optando por destruir su futuro.
Publicado en Radio Nederlad
No hay comentarios:
Publicar un comentario