¿Así somos los de izquierda?
"Luego de esta columna tendré menos amigos y quizás
menos lectores".
Prof. Abel Medina Sierra
Escritor/Docente de la Universidad de La Guajira
Pocas veces, salvo algunas diatribas contra Álvaro Uribe y
sus epígonos como Ordóñez, opino en
público sobre mis inclinaciones políticas.
Esta vez, como recurso más que retórico lo voy a hacer.
Desde muy joven he sido simpatizante y muchas veces
militante de la izquierda política. Hice el curso como la mayoría de quienes lo
han sido: encomiando la lucha cubana y sus epígonos, festejando la trova
latinoamericana y vallenato de protesta por
su canto libertario. Hasta me hice ateo un tiempo creyéndole a
Marx; leyendo desde el semanario Voz, Granma hasta Sputnik para conectarme con esa corriente más allá de los muros de la
guerra fría. Festejé la osadía del M-19,
lloré la extinción sistemática de la Unión Patriótica. He votado religiosamente
por candidatos como Gustavo Petro, Robledo, Piedad Córdoba y candidatos
regionales del Polo Democrático como
aspiración que desde la izquierda pueda redimir el sueño aplazado de un país
más equitativo en el que la educación, la cultura y los derechos humanos sean
lo más importante. Lo que nunca hice fue acolitar la demencial y suicida
brutalidad de las Farc, cuya torpeza política ha estigmatizado la izquierda del
país.
Con el cuarto de hora de la izquierda, a través de las urnas
y no por las armas, que se dio en
Latinoamérica en las últimas décadas, creí que tanta espera, lucha y
padecimiento al fin tendrían el privilegio de la cosecha. Chávez en Venezuela,
Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Lula en Brasil y Daniel Ortega en
Nicaragua era la utopía de la izquierda americana hecha realidad. Solo fue eso,
utopía. Salvo pocas excepciones como es el caso de Pepe Mujica en Uruguay y una
que otra cifra alentadora en Bolivia y Ecuador, el momento de la izquierda en
América fue un estruendoso fracaso, mucho tilín tilín y solo ha sido una tragicomedia con bufones como Nicolás
Maduro, tan absolutistas y
antidemocráticos como los dictadores a
los que tanto nos enseñó la izquierda a odiar.
Reconozco haber sido simpatizantes de Hugo Chávez hasta
aquella escena en la que, como gran tirano o rey absolutista, se pavoneaba por
el centro de Caracas dictaminando “Exprópiese”. El modelo de “revolución socialista” de Chávez y todos los triunfos de la izquierda en el
continente han revelado lo bueno pero también lo malo de quienes nunca
habíamos tenido el poder. Es que el
poder siempre saca lo peor de nosotros y
no solo lo dice Santos.
Hoy los simpatizantes de la izquierda defendemos lo que
antes atacábamos o justificamos fuera de Colombia lo que aquí no toleramos.
Defendemos lo indefendible y maquillamos lo impresentable. Así somos muchos de
la izquierda, nos ufanamos de ser críticos y librepensadores pero estamos de
acuerdo que en Venezuela todo quien se
oponga al gobierno sea declarado enemigo y sea perseguido y encarcelado.
Siempre nos quejamos que en Colombia el Estado y la industria castiguen
publicitariamente medios comunistas como el periódico Voz, pero nos parece bien que en Venezuela se
cierren medios, se impida que entre la señal de algunos canales y en Cuba nadie
tenga el derecho de crear un blog para expresarse libremente.
Así somos, conozco
colegas docentes que se jalan tremendos discursos en día del alumno para recordarnos la bestialidad de “la
bota militar” del gobierno de Rojas Pinilla
contra los estudiantes pero justificamos que cientos de estudiantes
venezolanos hayan sido asesinados, heridos y encarcelados por la brutal fuerza
desmedida de la guardia nacional de Venezuela. He escuchado colegas que llegan
hasta a invisibilizar a estos estudiantes diciendo que solo son mercenarios
pagados por la derecha. La bota militar es igual de represiva, violenta y
brutal, así sea de izquierda. Los grupos paramilitares como los colectivos
chavistas son tan criminales y peligrosos como los de derecha.
La política imperialista y la guerra fría nos hizo
odiar tanto a los yankees que todo quien
le haga resistencia lo encumbramos en sitiales de heroísmo. Así sea un demente
megalómano como el dictador de Corea del Norte, los asesinos del Estado
Islámico o el payaso embrutecido de Nicolás Maduro. Por eso aquí en Colombia
armamos un escándalo cuando el Esmad repelió las marchas de maestros pero somos
cómplices justificando que en Venezuela se reprima a plomo la protesta; aquí reclamamos el derecho a la protesta pero
nos alegra ver como en Venezuela se ensañan con quien alce un megáfono o haga
una “guarimba”.
Repiten como loros la paranoia de Maduro y sus secuaces
culpando a otros de los males de Venezuela: “es culpa del imperio
norteamericano”, “de la ultra derecha colombiana”, “de la guerra económica”, de
la oposición. La lógica absurda que el fracaso del modelo socialista no es de
los gobernantes sino de los gobernados
es una farsa que se repite y repite para no reconocer el fracaso, no de
la izquierda sino de los líderes de ésta que llegaron a poder porque no es
culpa de la ideología sino de hombres incapaces como Nicolás Maduro.
A quienes cuestionan el fracasado gobierno de Maduro le
señalan de ser “seguidista” y “acrítico”, de dejarse llevar por la prensa
amarillista como si uno que vive en la frontera necesitara enterarse de lo que
ocurre por CNN. Todos tenemos familia allá y todos los días podemos hablar con miles de ellos que se vienen por
física necesidad.
Hay gente de izquierda para lo cual en Venezuela no pasa
nada y todo es invento de la prensa “neoliberal”. Que allá todo está bien
porque la gente hace colas para que el Estado le regale comida, que la
educación es gratis pero aunque de pésima calidad, porque el gobierno le quita
casa a unos y se las da a otros; porque
el presidente cada vez que le da la gana sube el salario mínimo aunque esto
genere desempleo y de nada sirve por la inflación de tres cifras; que el Estado
es asistencialista aunque eso volvió al país perezoso y mendicante; que le impone bajos precios a la
industria aunque eso quebró el aparato productivo del país; donde hay muchos
beneficios pero solo quienes tienen el
“carnet de la patria” son sujetos de derecho con el alto precio de hipotecar su
conciencia y libertad de opinión y voto.
A eso llaman “revolución”. Aquí en Colombia no estamos en el paraíso,
pero algo debe estar pasando cuando millones de persona se han venido de este
lado.
De un momento a otro pasamos de citar a Martí a repetir las
frases de cajón de Diosdado Cabello; a Hugo Chávez no lo bajamos de genio y a
Maduro de gran líder. Al menos la revolución cubana nos dejó un legado cultural
pero en Venezuela ni siquiera eso. Cómo creerle a los chavistas su discurso anti-imperialista
si los recursos que saquearon de las reservas nacionales los invirtieron
comprando lujosos bienes en esa Norteamérica que tanto dicen odiar. Hoy no sé qué es peor, si Pérez Jiménez o
Maduro, si Montesinos o Diosdado Cabello, si Somoza o Vladimir Padrino pero
habrá quienes defiendan a los segundos
solo porque son de izquierda.
Tampoco podemos seguir secuestrando la palabra “pueblo” para
justificar la violencia y legitimar a un Estado delincuente como el venezolano.
Que los chavistas digan que todo lo que hacen es mandato del pueblo, que
representan al pueblo y es para
beneficio del pueblo no hace que los demás no sean “pueblo” también. En
Colombia es tan pueblo el que vota por el Polo Democrático como el que lo hace
por Santos o Uribe. En Venezuela es tan pueblo el barrio donde están los
enclaves chavistas sostenidos a base de subsidios que los que salen a protestar
contra el régimen.
La autocrítica parece no abundar mucho en estos tiempos de
la izquierda. Cuando Gustavo Petro denunció que el gobierno de Samuel Moreno se
estaba robando a Bogotá el Polo Democrático lo declaró traidor y lo hizo
renunciar al partido en lugar de pedir cuentas a los ladrones. Ahora toda
atrocidad que venga de izquierda es buena y la de la derecha es mala. Eso no tiene otro nombre: doble moral.
Para terminar dejo una constancia. Este escrito no es una
apostasía, sigo siendo simpatizante de la izquierda y aún creo en nombres como
Robledo, Petro, Navarro Wolf y aún en Piedad Córdoba a pesar de su exacerbado
chavismo. A pesar de esta aclaración, luego de esta columna tendré menos amigos
y quizás menos lectores. Ya estoy preparándome para escuchar todo el catálogo
de epítetos del discurso sindical e izquierdista que suele repetir Maduro y sus
defensores: “sionista”, “traidor”, “burgués”, “ultraderechista”, “burócrata”,
“rancio capitalista”. Criticidad no es
otra cosa que separar lo bueno de lo malo y tomar posición aunque esta sea
contraria al partido o corriente política a la que pertenezcamos. Quisiera
tener la certeza que así no somos los de izquierda. No voy a defender nunca lo
indefendible, la represión y la violencia no tienen apellido, no es legítima o
ilegítima según venga de la izquierda o la derecha, es expresión de
maldad.
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