Memorias de una insigne mujer wayuu para la posteridad
Leonel López
El destino de vez en cuando nos toma por sorpresa y sacude
como un tornado toda nuestra existencia. La súbita desaparición de mi
entrañable amiga y colega Jayariyú Farías Montiel nos agarró desprevenido a
muchos de los que tuvimos el privilegio de conocerla, considerando que a sus 38
años, cumplidos el pasado mes de abril, se encontraba en el umbral de su
brillante y prolífica carrera profesional, llena de vida, de mucho ímpetu,
supremamente enfocada, impulsada como siempre por una férrea voluntad y tesón para
poner en marcha todo cuanto se propusiera.
La conocí con apenas 24 años de edad, en el año 2003, cuando
me abrió las puertas para hacer pasantías de periodismo impreso, y ya para ese
entonces su espíritu emprendedor e ingenioso que siempre le caracterizó, se
había develado ante la sociedad venezolana y colombiana con la creación de su
gran apuesta comunicacional, el periódico WAYUUNAIKI, “El PERIÓDICO DE LOS
PUEBLOS INDÍGENAS”, convirtiéndose así en pionera de la comunicación indígena
en el hemisferio sur del continente americano.
Su pasión y preocupación por el pueblo Wayuu, que también se
extendía a otros grupos étnicos, siempre marcó la agenda de pautas en los
consejos de redacción, de allí que en 12 ediciones al año del periódico,
editaba tres especiales en los meses de abril (mes de la fundación del
periódico), 9 de agosto, y 12 de octubre respectivamente, dentro de los cuales
insistía en trabajar temáticas que ningún medio convencional se interesaría
cubrir. Territorialidad, conservación de la biodiversidad, Derechos Humanos,
medicina tradicional, legislación indígena, protección de la infancia y la
mujer indígena, constitución política y derechos indígenas, fueron, por
mencionar algunos, los temas desarrollados en las páginas de cada ejemplar del periódico
a lo largo de 17 años de circulación.
Como jefa de prensa, sin duda alguna, fue muy exigente, por
sus manos pasó un buen número de periodistas recién graduados de diferentes
universidades, a quienes demandaba siempre la excelencia en sus trabajos, no
era extraño verla devolver reportajes o cualquier otro género periodístico
impreso, tras revisar y notar la ausencia de datos que le dieran un perfecto
equilibrio al escrito. Muchos tristemente no soportaron la presión de aquella
gran maestra del periodismo, en cambio otros se quedaron y se mantuvieron bajo
la praxis de su escuela.
Siempre insistía en revisar y hacer seguimiento a las problemáticas de las comunidades wayuu,
añú, barí, japreiras, yukpas, y del lado colombiano, la situación de los
indígenas arhuacos, koguis, entre otros grupos, siempre mantuvo lo que denominó
una “contraloría social”, y no faltaron los temas sensibles que terminaron
pisando “callos”, como se dice en la jerga periodística, causando asperezas al
hacer pública alguna denuncia desde las comunidades y que resultaran verdades
incómodas. No obstante, antepuso siempre el cumplimiento de su deber al
informar a la sociedad.
Amaba a su pueblo, ese que de manera romántica llamamos la
“Nación Wayuu”, y siempre lo demostró en sus acciones. Cuando la represa
“Manuelote” se quebró en diciembre de 2010 y sus aguas se derramaron por toda
la Guajira, inundando todo a su paso, las parroquias Elías Sánchez Rubio y
Guajira fueron las más afectadas, muchas casas quedaron bajo las aguas cual
diluvio bíblico, sin embargo, aquella mujer incansable fue más tenaz que las
aguas, y una vez activado todo su equipo reporteril, emprendió un recorrido en
lancha que la llevó a una comunidad aislada por la terrible inundación, era el
pueblo de Caraquita, no tenían agua potable ni alimentos, y a quienes convenció
de evacuar la zona hacia los centros de refugio instalados en Paraguaipoa en
aquel momento.
Ese mismo celo por sus raíces ancestrales también la llevó
en una ocasión a las puertas de la desaparecida y tenebrosa cárcel nacional de
Sabaneta para conocer de cerca la situación de las mujeres wayuu en condición
de presidiarias, hacer un recorrido por las comunidades wayuu aledañas a Mina
Norte, a visitar el Tokuko y preguntar como estaba el pueblo yukpa y barí en la
Sierra de Perijá, también recorrer alguna ladera de la Sierra Nevada para
indagar sobre el pueblo arhuaco y kogui, caminar a lo largo y ancho del
desierto de la península de la Guajira, sumando así kilómetros y kilómetros de
recorridos interminables, cientos de paginas escritas, muchas horas y voces
grababas, un universo de imágenes captadas, y finalmente visibilizar un pueblo
que había sido ultrajado y olvidado por varios siglos.
Todo ese esfuerzo, tiempo y empeño vertido en la excelencia
periodística de WAYUUNAIKI le valió reconocimientos y oportunidades, como ser
seleccionada por el Programa Indígena de las Naciones Unidas para cursar un
diplomado en derecho consuetudinario indígena entre Bilbao (España) y Ginebra
(Suiza) por seis meses, en el año 2004. También fue reconocida con el premio
nacional de periodismo en el año 2010, premio regional de periodismo en el
2013, fue condecorada en el año 2015 con
la orden “Miguel Ángel Jusayú, y al mismo tiempo oradora de orden en sesión
especial del Consejo Legislativo del Estado Zulia con motivo de la celebración
del 9 de agosto Día Internacional de los Pueblos Indígenas, por mencionar
algunos de los logros obtenidos en su racha de triunfos profesionales.
Este año la Nación Wayuu perdió a una de sus personalidades
más destacadas e influyentes, difícilmente será olvidada su memoria y legado
pues en cada línea de WAYUUNAIKI dejó impresa su esencia de mujer wayuu, su
tenacidad, su empuje, su nobleza y buen humor. Las generaciones futuras deben
saber que existió un gran ejemplo de mujer que sembró amor y bondad entre sus
semejantes, que nunca hizo distingos de color, credo e ideologías, su gran
secreto y filosofía de vida fue ser AMABLE Y GENTIL.
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